La atención al encuadre como atención al desarrollo del proceso de subjetivación.
“El trabajo analítico aspira a inducir al paciente a que abandone sus represiones (usando la palabra en su sentido más amplio), que pertenecen a la primera época de su evolución, y a reemplazarlas por reacciones de una clase que corresponderían a un estado de madurez psíquica” (Freud, S. 1937).
Así enunciaba el propósito del análisis Freud, en su trabajo de Construcciones en el análisis. Y que para lograr esta meta, deben cumplirse las tareas asignadas a dos personas, afectadas ambas en el proceso. El paciente y el analista. Siendo la tarea principal del primero la de “recordar”, y la del segundo hacer surgir (construir) lo olvidado. Siendo el tiempo y modo en que se transmitan las construcciones, y las explicaciones añadidas, el nexo entre los dos integrantes del trabajo analítico.
Pero ya desde los albores del psicoanálisis, se perfila que el trabajo psíquico va más allá de la recuperación del recuerdo. La eficacia terapéutica se debía al hecho de establecer vínculos entre la representación rechazada y otras, integrándola en un red de significaciones. Representando la transferencia la inserción del psicoanalista en las cadenas asociativas del paciente (Freud, S. (1900) citado en Utrilla, M. (1999)).
“Repetir, construir y reelaborar” en vez de “recordar, repetir y reelaborar”. Rodríguez Parodi (2021), en su artículo de Construcción y subjetivación, responde al de Freud. Centrándose en cómo el trabajo de elaboración permite que experiencias que no han podido integrarse en un contexto significativo (traumáticas) pueden llegar a ser resignificadas.
Considerando la autora que la construcción (dentro del proceso analítico) propende a un trabajo de elaboración y de reorganización psíquica, más ligado a un proceso de subjetivación que al llenado de las lagunas del recuerdo.
El nexo entre estas dos personas involucradas en la meta analítica pasa a ser el encuentro entre el movimiento transferencial de uno, y el de elaboración (contratransferencia) del otro, como prerrequisito para construir verdades psíquicas. Como forma en que lo repetido pueda ser historizado y constituido como pasado.
La situación psicoanalítica, entendida como la totalidad de los fenómenos incluidos en la relación terapéutica entre analista y paciente (Bleger, J., 1999) incluye a su vez al encuadre, como las constantes dentro de cuyo marco se da el proceso (donde, cómo y bajo que condiciones se da el encuentro). Constantes de necesario mantenimiento (respeto al encuadre formulado y abstinencia por parte del analista) como condición a que se pueda dar la escucha analítica (Cid Sanz, M., 2004)
Para Bleger, del encuadre dependerán los fenómenos que se investigarán en el proceso analítico. Una metaconducta de la que dependen los fenómenos que podrán ser reconocidos como conductas.
Pero en el propio encuadre puede generarse una formación defensiva entre paciente y analista, aún si se cumple con la regla fundamental (como no sucede en el baluarte). Desde un supuesto “respeto” al encuadre, se puede formar un refugio a las fantasías de omnipotencia del paciente, de identificación/ no diferenciación con el analista. Ya que por un lado estaría el encuadre que propone el analista, y otro el fantasmático que en el proyecta el paciente. Siendo este último una compulsión a la repetición perfecta (Bleger, J., 1999).
El análisis, entendido como proceso de investigación, precisa de unos elemento fijos y estables. Pero, ¿que hacer cuando el propio encuadre, base de la misma investigación, y las condiciones de la situación analítica deja de ser un espacio que posibilite la transformación de la repetición?
Para responder a esto, me parece relevante recordar lo propuesto por Utrilla, M. (1999), del encuadre como consecuencia (necesidad) para poder trabajar la neurosis de transferencia. Para que el analista pueda escuchar las cadenas asociativas y lo latente del discurso del paciente.
Esta neurosis de transferencia es una creación conjunta, no el producto del pensamiento de un solo individuo, sino una producción psíquica en constante interrelación en la comunicación. Posibilitada a su vez por una estabilidad, continuidad y neutralidad garantizadas por el analista. Así como su capacidad para pensar y elaborar.
El analista no es un mero observador, está implicado en la elaboración psíquica dese una escucha de lo que el paciente verbaliza, y lo que no puede verbalizar. (Rodriguez Parodi, M.E., 2021). En este trabajo de elaboración psíquica, nociones clínicas como la de historia de la transferencia e historia del proceso, son hilos invisibles en algún lugar de su escucha. Esto no significa escuchar al paciente desde expectativas o preconcepciones que conducirían a no encontrar más que lo que ya se sabe de él. (Freud, S., 1937).
No es que los elementos biográficos, de la escucha fenomenológica o de la naturista no tengan importancia, que sí la tienen. Es que el objeto de la investigación, y también el instrumento de esta investigación es diferente(Cid, M., 2004). Al fin y al cabo, trabajando con la realidad psíquica del paciente, y su sufrimiento y dificultades derivadas de su falta de adecuación con la realidad (intersubjetiva), no podemos escudarnos en una supuesta “objetividad” desde un saber y conocimiento que otorgaría el dominio de la verdad. Sino que deben de primar el reconocimiento de la intersubjetividad y el respeto hacia el otro (De Miguel, M. 2023) como condición necesaria para que la cura analítica sea posible.
Para esto, la neutralidad, como posibilitador de la libertad asociacional, es el elemento indispensable para que la persona del analista pueda ser vivenciada como un elaborador de los proceso psíquicos. Siendo la “persona del analista” su manera particular de escuchar, pensar y elaborar. Particularidades derivadas de su propio análisis y autoanálisis, conformando la observación psicoanalítica. (Utrilla, M., 1999)
Este tipo de observación, al contrario que la naturista y fenomenológica, tiene en cuenta que las variaciones que el analista introduce afectan a la situación analítica. Aporta una nueva dimensión de la relación psicoanalítica, pudiendo los procesos de transferencia y contratransferencia generar alteraciones en los dos miembros de la relación.
A través de esta observación, en la relación analítica los procesos del cambio psíquico dejan de ser las tácticas para cambiar el funcionamiento mental del otro, sino en los cambios que el propio analista opera en sus maneras de pensar, concebir los conflictos, elaborarlos y darles otras dimensiones (Utrilla M., 1999).
Las situaciones donde el encuadre se vuelve depositario de la simbiosis, propuesta por Bleger, podrían entenderse entonces cómo una negación de la alteridad, por parte del paciente, pero también y principalmente del analista por omisión de su implicación en la situación analítica y el propio encuadre. Si el encuadre surge como consecuencia (por necesidad) de la neurosis de transferencia y se vuelve la base para el desarrollo de cualquier investigación, y esta neurosis es una creación conjunta ¿Por que el encuadre no habría de serlo?
Si, el encuadre debe dar la estabilidad mencionada anteriormente, y es a partir de su inclusión como tercero en la estructura de la situación analítica que se permite el despliegue de la simbolización (Cid, M., 2004). Y por supuesto que la relación analítica no debe olvidad su base de asimetría entre el paciente y el analizado. Pero cómo propone Bleger, si hay dos encuadres, uno propuesto por el analista, y otro del mundo fantasmático que en él proyecta el paciente ¿no sería más congruente la conceptualización de un encuadre “transicional” con la necesaria desimbiotización de la relación analítica desde un análisis del encuadre (entendido este como el del analista)? El señalarle al paciente que desde su realidad psíquica y subjetividad hay una participación en estas reglas y juego que son el encuadre.
Tomando la concepción de Bleger de “meta-Yo”, del cual depende la posibilidad de formación y mantenimiento del Yo, y según como es manejado “el no-Yo”, la identidad, en tanto que uno es fondo y el otro figura de una misma Gestalt. Y si extrapolamos esta concepción a la situación analítica, el Yo (relación analítica) y “no-yo” (encuadre), al elaborar en la situación analítica sobre el encuadre, transformado en objeto de análisis, creo que le estaríamos devolviendo al paciente su responsabilidad en el acatamiento o disrupción de la relación analítica, de su papel en la repetición.
El análisis, como otras profesiones afines a la salud, tiene como finalidad el ayudar a adquirir una autonomía, independencia o liberación del individuo, para respetar la finalidad terapéutica. (Utrilla, M., 1997).
Si bien los efectos de la intersubjetividad estructurante se producen en todas las relaciones humanas (De Miguel, M., 2023) no todo encuentro, por privilegiado que sea, tiene las connotaciones de una sesión analítica. El respeto por la palabra del paciente, reconocerlo en su alteridad, no es solo una posición técnica, sino esencialmente ética (Rodriguez Parodi, M. E., 2021). Partimos de la base de que no contamos con un conocimiento objetivo, y que nuestro objeto de investigación es lo latente en el individuo. Desde su receptividad y respeto, el analista apuesta por lo subjetivo no aparecido en el paciente. No aparecido dado que todavía ha de construirse mediante trabajo de proceso secundario, de elaboración.
Bibliografía:
Rodríguez Parodi, M.E. (2021). “Construcción y subjetivación”. Revista de Psicoanálisis(Madrid), 36(91), 123-147.
Cid Sanz, M. (2004). “El arte del contrapunto”. Revista de Psicoanálisis (Madrid), 43, 15-48.
Utrilla Robles, M. (1997)”La ilusión contenida de la identidad psicoanalítica” V Simposio de la Asociación Psicoanalítica de Madrid: la identidad psicoanalítica, 127-142
Utrilla Robles, M. (1999). “El cielo protector, Reflexiones sobre el encuadre psicoanalítico”. Revista de Psicoanálisis (Madrid), 31, 131-149
De Miguel Aisa, M. (2023), “Subjetividad y objetividad. La difícil construcción del sujeto”. Revista de Psicoanálisis (Madrid), 38 (97), 53-77.
Bleger, J. (1999). “Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico”. Revista de Psicoanálisis (Madrid), 31, 21-36.
Puget, J., Wender, L. (1991) “Psicoanálisis eternizados, Una contribución al concepto de impasse” Psicoanálisis ApdeBa, 13(2), 335-353.