El desarrollo multinivel de la subjetividad. La dinámica histórico-social,función materna y cambio de meta pulsional.

Silvia Bleichmar plantea que el desarrollo de la subjetividad resulta del entrecruzamiento entre los universales de la constitución psíquica y las condiciones históricas y sociales por las cuales las sociedades determinan las formas con las cuales se consituyen sujetos que pueden integrarse a sistemas que le otorgan un lugar, que engendran al sujeto social, siendo esta subjetivación el devenir del sujeto singular.

Los seres humanos actuales son distintos a los de la época de Freud (Bleichmar, 2007) pero la subjetividad es el lugar donde se articulan los enunciados sociales respecto al yo, no la totalidad del aparato psíquico. Y este aparato psíquico implica ciertas reglas, seguimos teniendo un psiquismo articulado por la defensa y la represión.

La subjetividad cambia, que no la etiología, las diferentes causas que determinan nuevas producciones sintomáticas. Teniendo en cuenta la prevalencia actual de trastornos de déficit de atención, autismo, y fallos en la vinculación devenidos de eventos traumáticos, manteniéndose la etiología, podremos suponer que elementos histórico-sociales facilitan si no causan la aparición de estas patologías.

Penot (2023) rescata que, el único texto en el que Freud empleó el término sujeto fué en “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), al describir un destino de las parejas pulsionales. Siendo este “sujeto nuevo” el agente exterior, indispensable, de la pulsión activa.

La “función sujeto” propuesta por el autor es agente del juego pulsional. La matriz original del proceso de subjetivación se coloca entre el aferramiento pulsional ciego del niño pequeño y la respuesta recibida del progenitor. Respuesta que irá adquiriendo cada vez más significado. Respuesta proveniente de unos progenitores con una mayor o menor habilidad de ejercer una función materna adecuada a las necesidades del niño, y a su vez afectados a su vez por una cultura y sociedad determinados, que tendrán una respuesta u otra a los comportamientos naturales del niño.

En los pares pulsionales de transformación de la meta, donde la satisfacción pasa a ser buscada de forma activa o pasiva (vuelta a la persona propia/trastorno hacia lo contrario) es donde Freud menciona al sujeto, al describir el destino común de los pares de funciones básicas, la combinación de los dos movimientos complementarios; el volverse la actividad pulsional hacia el propio cuerpo y la transformación de un modo activo de satisfacción en uno pasivo (ser mirado o tenido en cuenta).

Si bien Klein (1930) plantea que la relación primera y fundamental con el mundo exterior y la realidad es a través de las fantasías sádicas dirigidas contra el interior del cuerpo materno, me gustaría rescatar que es a partir de el lograr superar esta primera fase que se empieza a conseguir, a medida que el yo del bebé va evolucionando, un contacto más gradual con la “realidad” desde su realidad irreal.

Rescato esto por lo complementario que resulta a lo planteado por Freud en Penot, que es tras la primera actividad del recién nacido, de violencia inocente hacia todo lo que está a su alcance, y de redirigir su sadismo hacia el propio cuerpo, de forma autoerótica, que aparece una tercera fase, masoquista. En esta busca a la persona objeto de la violencia sádica de nuevo, pero a consecuencia del cambio de meta, con un nuevo papel, de sujeto. Sujeto capaz de satisfacer la demanda “masoquista” (pasiva) del infante.

De esto concluye que el ejercicio de la pulsión es activo por naturaleza, aún si la meta es una satisfacción pasiva, “uno se exhibe”. Hablaríamos de una actividad dirigida a una meta (pasiva) desde un proceso implícito de apropiación del movimiento pulsional.

Ese sujeto externo, fuera de la persona propia, es el objeto de la actividad pulsional del niño. A medida en que el niño va evolucionando, que puede empezar a realizar una diferenciación yo-no yo, empieza a poder concebirlo como agente de una mirada sobre él mismo, agente que se hace cargo (aún si el sujeto en la propia persona en un estado de suspensión).

De aquí Penot concluye que más allá de la duda respecto a la primacía de sadismo, masoquismo o autoerotismo, el papel fundamental de estas transformaciones de posición, de interjuego, es el papel fundamental de estas en el proceso de subjetivación. El intercambio pulsional como condición primaria para cualquier subjetivación.

Es a partir de este interjuego y de la sintonía y contención logrados en este por parte de la función materna, que el niño podrá lograr vincularse con estos “objetos subjetivos” (Monserrat, 2007), desde la sensación de haberlos creado. El ofrecer experiencias que permitan pasar por el proceso de omnipotencia, como parte de la respuesta a las necesidades planteadas por la dependencia infantil, de apoyo y soporte en el paso de la dependencia física a la psicológica, son parte de una función materna exitosa. Y con esta, de una buena relación con el objeto primario.

Este “otro”, no solo posibilita la construcción del psiquismo, sino que forma parte de su constitución, gracias a la constancia como objeto pulsional (desde el interjuego) y sus ausencias y regresos.

Nuestras primeras sensaciones, excitaciones y movimientos instintivos fueron recogidos, calmados y dotados de representaciones por esa “otro- función materna”, y es ante situaciones de limitación e indefensión que se tenderá a buscar regresivamente ese reencuentro (regreso) (De Miguel, 2023).

La vida mental humana nace en la mente de otro ser humano. Ante la duda planteada en el artículo de Penot, sobre que fase de la pulsión sería la primera en el niño, podemos pensar que “un niño es mirado” antes que nada. Esta intersubjetividad estructurante (si bien especialmente relevante en la relación con ese objeto primario) se repite en todas las relaciones de la vida.

Pero esta intersubjetividad estructurante parece estar, desde nuestro contexto histórico-social, puesta en entredicho, si no vivida como amenazante. Untoiglich (2009) sostiene que ante un tiempo histórico de urgencia y rapidez, acuden a consulta niños con patologías cada vez más graves.

Niños con patologías del ser, ligadas a la formación de su subjetividad, con incidencia sobre las posibilidades de ordenamiento simbólico que afectan al sujeto como tal, y a su inclusión en el tejido social. Estas carencias simbólicas tempranas implican que no se han podido construir en el niño los recursos para procesar las improntas de la transmisión psíquica, volviéndose duelos no resueltos en los padres, sus vivencias de abuso, violencia y desamparo, lo transgeneracional, traumáticas para el niño sin estos recursos. El simbolismo no sólo constituye el fundamento de toda fantasía y sublimación, sino que sobre él se construye también la relación del sujeto con el mundo exterior y con la realidad en general (Klein, 1930).

La intersubjetividad estructurante, desde estas fallas en la constitución psíquica derivaría entonces a que el otro pueda ser vivido de una manera amenazante. Perseguidor, en la medida en que la confrontación identitaria pone en juego el narcisismo propio. Esta figura persecutoria, reminiscente de un funcionamiento esquizo-paranoide, puede ser y a veces es vivida en el niño. Sobre todo en casos de padres desbordados, que parecen interpretar la agresión primaria del niño (su amor cruel) con otra secundaria y reactiva.

Resulta curioso en este respecto el renacimiento que parecen estar teniendo en el cine las películas de niños “diabólicos”, donde películas clásicas como “La mala semilla” (1956), “El exorcista”, (1973) “Quien podría matar a un niño” (1976), “Los chicos del maíz” (1984), encuentran su contraparte en otras actuales como “Tenemos que hablar de Kevin” (2011) “Distancia de rescate” (2021), “Bosque maldito” (2019), “The Prodigy” (2019), “Caso 39” (2019)… curiosamente con una fuerte prevalencia de niños-antagonistas que en realidad no son niños, han sido poseídos o sustituídos. Con dos almas distintas en un mismo cuerpo “escindidas”. En cualquier caso, justificando dentro de la película cualquier tipo de psicosis puerperal, o ataque al hecho mismo de la formación de lazos con el niño.

El maltrato a los niños puede surgir de diferentes formas (Janin, 2002), ya sea este por exceso (ruptura de barreras), por déficit (dejarlo solo con la pulsión) o a través del quiebre de sus parámetros identificatorios. Volviendo a lo propuesto por Silvia Bleichmar, pienso que sería el maltrato por déficit el más presente en la sociedad actual. Sobre todo teniendo en cuenta la prevalencia de las llamadas “relaciones líquidas”, de lazos frágiles que dejan tanto a los niños como adultos con una sensación de desamparo, donde el aplazamiento de la satisfacción inmediata es vivido como imposible. Recogido en Penot, Green(1980) hace énfasis en la pasivización como clave en el proceso de subjetivación genuina, no siendo esta lo mismo que la pasividad, y otro par, sujeción/subjetivación, siendo el segundo una apropiación del movimiento pulsional donde el primero una desposesión de esto mismo.

En Green, cierto narcisismo se identifica con la pulsión de muerte, en tanto que conduce a presncindir de la realidad, del interés por los otros y la vida, en favor de concepciones propias acordes con las necesidades afectivas de la persona. Posición que lleva a construir una rabiosa subjetividad que atraviesa toda relación (De Miguel, 2023).

¿Que ideal del yo se crea en la sociedad actual?

Ibarra (2021) señala que desde una sociedad neoliberal se exigen nuevas formas de subjetivación, ligadas a la velocidad del espacio mega-conectado de las TIC, inasumible por los individuos. Una conexión digital en detrimento de las relaciones interpersonales. Cada vez son más los adolescentes (y no adolescentes) que en un arranque exhibicionista publican su intimidad, sin veto ni censura, siempre pendientes al número de likes recibidos. Quedando el individuo atrapado en la red (¿pulsional?) y sacrificando cada vez más sus vínculos con el mundo interpersonal.

Pero ningún alimento (digital) satisface la búsqueda de la pulsión, que procura el objeto de la falta perdido. El volver a la mente del otro.

Si bien, desde la relación líquida no se asume el riesgo de asumir una posición pasiva como objeto de la pulsión de un otro. En un movimiento defensivo similar al descrito por Penot en los pacientes con bulimia, resultando en personas cada vez más conocidas como “crónicamente online”.

El niño necesita más que este presente continuo para poder desarrollarse. Si fue en el renacimiento que el niño empieza a ser reconocido como tal, posibilitando una vía parcial para aplacar la hostilidad que puede desatar en el adulto, desde el reconocimiento de su lugar futuro (Levin, 2020).

Volviendo a Bleichmar, el análisis es una inversión a futuro. Implica tener conciencia de que hay tiempo por delante, que implica tiempo, inclusive tiempo lógico y de ocio en el diván. Tiempo que falta a día de hoy, de función materna, con la regresión requerida para su funcionamiento, con una contención de el desbordamiento y rechazo que pueda producir el hecho de que no deja de ser una construcción mutua.

Permitir, en definitiva, una constancia. El sujeto será dinámico, o no terminará por ser.

Bibliografía:

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