Freud comienza, en 1915, sus escritos de Metapsicología. Como un intento de generar una teoría del el funcionamiento psíquico (normal y patológico) a partir de la experiencia psicoanalítica acumulada, y busca establecer la forma en que el psicoanálisis examina los fenómenos, desde un punto de vista triple: económico, tópico y dinámico. La idea de que la psique tiene una estructura no era algo nuevo, ya Platón sostenía que debíamos pensar el alma humana como compuesta por tres partes distintas; Apetito (los deseos placenteros del individuo, como de comida y sexo) Espíritu (los deseos de honor, reconocimiento, y del reconocimiento y amor de otros) y Razón (deseo de verdad).
Si bien esta estructuración de este no cuadra con la primera tópica (ni la segunda) lo interesante es el método utilizado para su división, basado en la observación de las personas en su vida cotidiana. A partir de la cual llega a tres observaciones importantes: Que los humanos deseamos diferentes tipos de cosa, buscando cada uno satisfacer alguno de nuestros apetitos (muy similar al principio de placer en Freud). Que al ser los deseos humanos de tipos diferentes (aquí podríamos pensar, si más ajustados a lo placentero en lo inconsciente o consciente, o a que tipo de pulsión, parcial o no, se adscribirían) hay espacio para la ocurrencia de conflictos fundamentales en un mismo individuo. Y por último, que las personas suelen organizar sus personalidades alrededor de una de estas partes del alma. Si bien podríamos entender aquí un análogo (precursor) del punto de vista dinámico, el tópico planteado por el filósofo, localizando estas partes de la psique en las tripas, el pecho y la cabeza, aún si bello en lo metafórico, nos deja por desear.
Allí donde Platón, en su observación de personas en su vida cotidiana, pondría el foco en los diferentes deseos asociados a estos componentes del alma, Freud, a partir de la observación y tratamiento de sus pacientes, propone que 3 diagnósticos distintos (fobia, neurosis obsesiva e histérica) dependerían de las vías que sigue la represión (fracasada) en cada individuo, siendo sus síntomas un conglomerado de moción pulsional y defensa ante la misma.
En esta época de la vida de Freud, afectado por un lado por la guerra a la que irían sus hijos, el fallecimiento de su hermano Enmanuel a la misma edad que su padre, y el temor a que el movimiento psicoanalítico desapareciese, parece intentar establecer un balance de su obra. Al comienzo de “Pulsiones y destinos de pulsión” Freud muestra su anhelo ante sus lectores de crear una metapsicología:
“Sólo después de una más profunda investigación del campo de fenómenos de que se trate resulta posible precisar más sus conceptos fundamentales científicos y modificarlos progresivamente, de manera a extender en gran medida su esfera de aplicación haciéndolos así irrebatibles”. (Freud, 1915)
Tras una larga evolución, llega a la metapsicología. En sus tres primeros artículos (de los doce inicialmente planteados) desarrolla la primera tópica y la primera teoría de las pulsiones. Su metapsicología, basada en su experiencia clínica, estaría marcada por el conflicto. Quiero resaltar aquí el conflicto entre las pulsiones y la represión.
Utilizo el texto escrito pocos años antes, “Los dos principios del acaecer psíquico”(1911), donde establece que principio de placer y de realidad rigen el funcionamiento psíquico, como base desde la que intentar esclarecer el conflicto.
El primer contendiente serían las pulsiones, agrupadas en de autoconservación y sexual, de objeto variable y contingente, con fuente en lo somático representado en la vida anímica, y con diferentes modos de defensa en sus destinos, en tanto que siguiendo el principio de placer, la función principal del SN sería el lograr dominar las excitaciones pulsionales (que resultan displacenteras).
Entre estos modos de defensa encontramos a la represión. Esta atacaría a la representación (representante-representación de la pulsión, no busca suprimirlo, sino apartarlo de la conciencia) y al monto de afecto. Pudiendo este último quedar reprimido sin dejar huella, ser matizado cualitativamente, o mostrarse como angustia. Siendo esta angustia a su vez signo de que la represión ha fracasado, y la podríamos tomar como prueba del conflicto intrapsíquico.
Tanto pulsión como represión se regirían por el principio de placer, buscando una por un lado el cumplimiento (en tanto que hablemos de deseo, si no, y es necesidad, satisfacción) de la pulsión como algo placentero en tanto que disminuye la excitación, aunque sea temporalmente, y evitando el displacer (como sustituto de la huída, imposible ante un estímulo de origen interno) por parte de la otra.
Tras una primera impresión podría parecer que lo tópico sería el campo donde se libraría la batalla, pero no se trata tan solo de eso. Por un lado, la separación entre icc, prcc y cc estaría fundamentalmente ligada al ataque contra la pulsión, en tanto que lo placentero en una parte del psiquismo puede resultar inconciliable con las exigencias de otra, por lo que el logro de la meta pulsional bajo esta condición displacentero. Y siendo aquí la represión tópica y dinámica, en tanto que mantiene en el inconsciente el investimiento de la representación reprimida, actuando como “barrera” entre instancias, y al mismo tiempo una “fuerza viva” que conlleva un gasto de energía y atención al responder a las representaciones y afecto de la pulsión, retirando la carga de la representación. El preconsciente se protege del investimiento de la representación icc con un contrainvestimiento, en tanto que así consigue mantener la representación reprimida (si opera correctamente la primera censura).
Con la evitación del displacer en mente, el destino del monto de afecto de la pulsión es más importante que el de la idea. Si la represión fracasa y aparece la angustia, esta se acompaña de síntomas o formaciones de compromiso, en los cuales algo de lo pulsional, desfigurado, emerge. Siendo denotativo el síntoma de una fracaso más notable de la represión, siendo este un conglomerado de angustia y defensa, de la representación que se pretendía mantener alejada de conciencia, aún si desfigurada, y defensa.
Para aliviar el conflicto del paciente, Freud encontró que el hecho de que la representación se haga consciente no es suficiente. El levantamiento de la represión no tiene efecto (más que una renovada repulsa hacia la idea a reprimir) hasta que la idea consciente entre en contacto con la huella mnémica inconsciente, después de haber vencido a las resistencias, siguiendo la cadena asociacional que desde la asociación libre, que por vía de condensaciones y desplazamientos permite que se le siga el rastro al contenido inconsciente.
Estando las mociones pulsionales y la represión regidos ambos por el principio de placer, podríamos pensar que un elemento fundamental de la cura analítica pasaría por el establecimiento del principio de realidad. Resultando la máxima de “lo real, aunque sea desagradable” bastante adecuada. Desde el aparato psíquico primitivo propuesto por Freud, ante la desilusión frente a la alucinación para satisfacer las pulsiones (sobre todo las de autoconservación), aparece la necesidad de alterar la realidad acorde a fines.
Las fuentes de placer se abandonan dificilmente, si. El síntoma se mantiene y repite por la presencia de un goce insconsciente. El poder llevar la atención (como elemento de lo consciente) tanto a la idea reprimida como a la huella inconsciente es una forma de desilusionar y des-ilusionar (sacar de un funcionamiento análogo a lo alucinatorio inical) al paciente. Fomentando el desarrollo del proceso secundario (y del preconsciente como sistema donde se asentaría)
Si entre las consecuencias del establecimiento del principio de placer estaría el que la realidad exterior se construiría desde la realidad inconsciente (y sabemos que el examen de realidad no se tiene en cuenta en el inconsciente), los cambios en lo reprimido que “crece en la oscuridad” deberían afectar a su vez a la forma en la que crea su realidad efectiva.
Si la persona justa en la República “armoniza las tres partes de sí mismo como las notas de la escala musical”, la persona “sana” en el Freud del 1915 sería aquel cuyo aparato psíquico puede dar cabida a las cargas psíquicas de las huellas mnémicas, así como tomar parte de los procesos de descarga cuando sea oportuno, pudiendo responder desde un principio de realidad a sus necesidades, y con una represión sin grandes fugas.
Bibliografía
Bibliografía:
Freud, S. (1911) “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”. Amorrortu Editores, (12), 239-247.
Freud, S. (1915) “Pulsiones y destinos de Pulsión” Amorrortu Editores, (14), 113-135.
Freud, S. (1915) “La represión” Amorrortu Editores, (14), 141-15.
Freud, S. (1915) “Lo inconsciente” Amorrortu Editores, (14), 163-193.
Quinodoz, J. M. (2004) “Leer a Freud” Psimática Editorial 321-346.
Lear, J. (2005) “Freud” Routledge. 165-172.